miércoles, 6 de agosto de 2008

HOUSEMAN UN CAMPEON MUNDIAL QUE SURGIO DEL FUTBOL DE ASCENSO





Yo era un pibe y él también. Yo me asombraba y él como si tal cosa inventando rarezas por la raya. Es que yo nunca había visto jugar al fútbol así. El Loco René Orlando Houseman -en realidad apodado "Quenón" o “Hueso” por aquellas épocas- tenía 17 años cuando le vi hacer cosas que a Maradona no le vi. O tal vez me haya quedado esa sensación porque se las vi hacer cada sábado de 1972: todas juntas. Ese año Defensores sacó el 85 por ciento de los puntos en el torneo de Primera C, adonde había descendido el año anterior. "Si ve una bruja montada en una escoba, ése es Quenón Quenón Quenón que está de joda...", deliraba la techada por René que ganaba solo los partidos, surcando como un duende la raya derecha, haciendo goles y dejando que los haga "Tini Tini, gol de Valentini". El 9, Albino Valentini, se mandó 23 goles en ese campeonato, y el Loco 15.
Pero lo que pocos saben es que Houseman debutó en la Primera de Defe en 1971, cuando nos jugamos el descenso en cancha de Vélez ante Nueva Chicago. Al club de Mataderos le habían quitado 14 puntos, y de repente Defensores pasó a tener chances de salvarse. Habían acusado de “ir para atrás” a un jugador de Chicago desde la AFA de la dictadura, y entonces Futbolistas Argentinos Agremiados decretó una huelga de profesionales. Eran épocas de cuestionar todo, la sociedad se cansaba de la dictadura militar de un engrupido general llamado Lanusse. Eramos tan pibes con mi amigo el “Mosca” Gustavo, acostumbrados a nuestros juegos infantiles, que nos parecía el Partenón la cancha de Vélez. Pero igual estuvimos ahí, escapando de la caza materna. Y así, asombrados en el estadio de Liniers, vimos como once jóvenes desconocidos con nuestra camiseta enfrentaban a Chicago. Y al rato ganábamos 2 a 0, y festejábamos casi solos en la vieja tribuna visitante del Amalfitani. El segundo gol lo había hecho un pibe que el viento se llevaba. Un golazo, como los que hacía Quenón. Después Chicago dio vuelta el partido, ganó 4 a 2, y encima la hinchada se nos vino encima, como antes, cuando no había vallas ni grandes operativos, y nos cantó su alegría encima, pero sin las agresiones brutales de los tiempos modernos. Debe parecer mentira que alguna vez la pasión no hiriera.
El Loco Houseman me jura que le debe todo a Defe, y en seguida se incrusta el índice en la boca y lo gira y vuelve a jurar que él era uno de los pocos al que las cosas del Mundial ’78 no le cerraban. “Videla nos venía a ver al vestuario, y todos se arreglaban pero yo lo recibía en bolas. Porque ese milico qué tenía que hacer ahí, algo andaba mal, querido.”
Después, en otras de las tantas charlas con René, se le ponen rojos los ojos y me mira y casi me grita: “Si yo volví a jugar en Defe ya de grande. Me podría haber negado. Me podría haber quedado trabajando en las inferiores del club, pero no puedo, no puedo en ninguna parte, no viste lo que son los padres de los pibes, les piden que peguen, que se tiren a los pies, y los putean si tiran un caño.”
Hay que creerle a René cuando me dice que ya sin “circo”, sin gente que le anduviera atrás por esa patraña de la fama, se sintió feliz de volver a esa villa del Bajo Belgrano que aunque hubiese sido arrasada por los militares del Proceso, era su lugar en el mundo. Y ahí seguía sobreviviendo, como podía, en las cercanías de Excursionistas,y entonces va a verlo jugar al equipo de la C. “La cancha de Huracán es mi otra casa, donde encontré a mi papá, el Flaco Menotti”. Se prende con Menotti y dice que lo dejaba rajarse con su gente, cuando le daba por las pelotas “tanta concentración, tanta vuelta y misterio para jugar un partido de fútbol”.
Quenón pateaba el cuero en Excursionistas, pero pensaba en ser albañil. El Gallego Chele, que en aquellos entonces coordinaba las inferiores de Defensores, fue a buscarlo y durante varios meses aplicó su plan: dos tazas desbordadas de café con leche con “sanguches”de lo que fuera.
Yo vi como René se alimentaba desesperado. Yo jugué después con él partidos interminables de metegol en el bufet de Defe. Yo lo vi después, desde la tribuna, dibujándome en la cancha felicidades para siempre.



Por Martín Sánchez en su libro Corazón Pintado que habla de la historia de Defensores de Belgrano.

1 comentario:

Alejandro dijo...

ya te agregué saludos!